Quizás haya llegado el momento de empezar a concretar el contenido de este blog, y en vez de lanzar ideas como saetas a diestro y siniestro, quizás sea ya hora de focalizar la atención en ciertos temas, desarrollarlos y pulir la información. Uno de los temas que quiero trabajar es la mitología, organizando sus dioses y mitos para diseccionarlos a través de la psicología.
Recapacitando sobre este aspecto, sobre cuál sería la mejor forma de ordenar el enjambre de deidades y entes que pueblan el plano simbólico de la humanidad, intento acercarme a sus semejanzas más básicas, para poder ir estructurándolos progresivamente a partir de sus atributos. De forma evidente, me aparece la discriminación inicial de la que participan los dioses de cualquier mitología, esta es su carácter positivo o negativo.
Positivo o negativo en su significado de polaridad cual blanco-negro, pero en el sentido «orden-caos», que ya dependiendo de cada sistema mitológico en concreto puede expresarse mediante «día(conocido)-noche(desconocido)», «bien-mal» o el mismo «orden-caos».
En esta primera ramificación hay que ir con cuidado, ya que sería fácil incluir a priori todos las demás antagonismos («ying-yang», «masculino-femenino», «caliente-frío», «razón-pasión», etc) bajo el amparo del «orden-caos», aunque bien podría ocurrir que no siempre los dioses vinculados respondieran a lo esperado. Por ejemplo, partiendo de la mitología clásica griega definiríamos «civilización-naturaleza» como una de las expresiones del «orden-caos», pero si tomamos a una tribu que habite la selva, por poner un ejemplo, es probable que sus dioses vinculados a la Naturaleza/Bosque representen el orden y no el caos, ya que su relación con el medio natural es íntima, y este forma parte de su “civilización”. En la mayor parte de casos sí coincidirá, no voy a negarlo, pero hay que vigilar porque en grupos que tengan una forma de vida muy diferenciada puede no ser así.
Pero vayamos más allá, e intentemos dilucidar de dónde proviene esta clasificación padre que separa a todos los dioses en dos grandes grupos, ¿Por qué el orden y el caos precisamente?. Bien, vamos a ello.
El ser humano, para entender el mundo que le rodea debe desmenuzarlo, dividirlo en entidades inteligibles, estos son objetos e ideas. Desde que nacemos (y seguramente desde antes) nuestros cerebros se esfuerzan en comprender la realidad donde están, y el primer juicio que tenemos, las primeras dos ideas que se forman en nuestra psique son la de bueno y malo; Si duele es malo, si sabe bien es bueno, sin muchas sofisticaciones que digamos, lo propio de un bebé. Esto responde al instinto básico de supervivencia, lo que uno cree que es beneficioso para seguir viviendo es bueno, lo que uno cree que le perjudica, le mata, es malo. A partir de aquí vamos conociendo los objetos y situaciones que forman el mundo, y vemos si son buenos o malos (por definición, todo aquello que no es malo es bueno, porque no nos perjudica).
Ordenamos la realidad, la clasificamos, y ese conocimiento nos da seguridad y la capacidad de sobrevivir. En verdad, el conocimiento erradica lo malo. Cuando conocemos cómo funciona algo profundamente, podemos controlarlo, por consiguiente el conocimiento hace que lo malo sea bueno, y lo que sigue siendo malo es debido a que no lo conocemos suficientemente como para controlarlo. Pero fuera de nuestra burbuja, que irá creciendo con los años, está el caos, lo desconocido, la oscuridad, y aquello que no entendemos, es peligroso por el mero hecho de no conocerlo sea cual sea su naturaleza. Por eso, el orden, el conocimiento, es el bien.
Nuestra mente solo entiende las entidades concretas, y justamente el caos se nos presenta como algo no definido, borroso y que no podemos ordenar. Es análogo a la muerte, donde el Yo desaparece, donde las barreras que separan nuestra individualidad del resto de la realidad se desvanecen y pasamos a ser todo. De la misma manera, en el caos se confunden los lindes, no existen los objetos ni las ideas.
La contraposición orden-caos es la contraposición yo-universo, porque al dar cabida a la idea de un objeto, al definirlo, lo arrancamos de la realidad subyacente (el caos) para integrarlo en nuestra realidad interior (el orden).
Sin embargo, esta antagonía milenaria está perdiendo fuerza gracias a la ciencia y la divulgación filosófica. Cada vez hay más gente que entiende que no hay bueno ni malo en términos absolutos, depende de para qué o quién. Cada vez más personas se dan cuenta que el Yo o el Eso son cápsula ficticias que creamos para comprender el entorno y sobrevivir en él. Los matices de gris se superponen en infinitud de ejes, y el sueño del mundo bipolar se evapora lánguidamente.
Y entonces, miramos a los dioses. Ni los hijos del orden son tan buenos, ni los hijos del caos son tan malos. Todos tienen sus razones.