La red de redes, internet, ha supuesto una explosión del volumen de información disponible para ser el humano, dando acceso a la clase media a millardos de datos enmarañados. Nunca como ahora se ha democratizado el conocimiento, y con él la educación, y con el aprendizaje la potencialidad individual de prosperar en este mundo.
La multiplicación de las fuentes ha desembocado en un anárquico galimatías que por mucho que organicemos siempre terminará por desparramarse. A pesar del caos, innegablemente, esta facilidad para buscar información es una herramienta muy positiva que ha acelerado la carrera del saber humano. Pero la entropía crece, y si el nacer de internet es un big bang para el conocimiento, los datos que se expanden exponencialmente han creado un incognoscible universo de ideas intangibles. Palabras e imágenes que flotan suspendidas tal que estrellas, algunas a cientos de años luz de distancia. ¿Y cómo discriminar, encontrar o creer algo en semejante enjambre de datos?
Para encontrar información, la inmensa mayoría de usuarios utilizan contados servicios generalistas como google, la wikipedia, o hasta youtube. Son aplicaciones que bien acotadas son muy potentes y ya están estableciendo un primer filtro ante la conglomeración. Así que mucha información se pierde -pues al no ser consumida por un usuario, podríamos decir que metafísicamente no es-, por el mero hecho de no ser accesible a través de estos servicios generalistas, y no estar enlazada en una de las infinitas ramas que conforman las webs y rewebs vinculadas que crecen en conformación fractal.
Antes de la digitalización, la información que encontrábamos en los libros era en su mayor parte asumida como veraz. Confiábamos en la solvencia de los autores, comúnmente profesores, estudiosos o especialistas. Sin embargo, la libertad de acceso a la información también ha comportado la libertad de creación de la misma. Es aquí, donde nos topamos con el gran problema. Hay muchos datos, pero muchos de ellos son erróneos, otros especulativos, y nadie es capaz de masticarnos la verdad, creando ansiedad a quien le falta criterio. El usuario debe aprender por él mismo a discriminar y poner en duda aquello que lee, porque gran parte son sandeces. No obstante, este inconveniente es implícito al potencial de internet, y no podemos hacer más que intentar convivir con él.
Las fuentes adquieren una importancia capital en este entorno, son las referencias que otorgan crédito y verisimilitud a un discurso. En el mundo científico, tan incrédulo y escéptico ante cualquier novedad, hace mucho que aprendieron que la liturgia de citar las fuentes y presentar estudios es básica para que cualquier idea sea tomada en serio. Aquellos que escribimos en la red deberíamos aprender un poco de ellos, y adoptar un modus operandi más riguroso. Sé que justamente en mis artículos tiendo a especular, lanzo ideas sin miramientos y propongo posibilidades alternativas que como fuente tienen un café por la mañana. Pero creo que el tema no es tanto cercar la opinión, como decir cuando la opinión es opinión, la especulación especulación, y de los datos las fuentes. Empezar a teorizar con un “podría ser…”, apoyarse con un “según se dice en tal o cual sitio…”, y terminar citando las fuentes para que se pueda dar más o menos crédito a una idea en concreto.