Paleoantroplogía estética (II): Coincidencias formales o el enigma de la pirámide



Siguiendo con la confección de los principios de la paleoantropología estética, antes de entrar en trabajos concretos, trataremos un tema que a mi entender es elemental.

En el estudio de las relaciones estéticas o simbólicas entre poblaciones, en que se pueden extrapolar contactos o influencias, hay que tener muy presente un hecho fundamental: El sujeto de estudio, el ser humano, es en esencia igual en cualquier parte del planeta. Esto provoca que desarrolle resultados coincidentes, simbólicos y técnicos, sin que tenga que haber existido un contacto entre poblaciones obligatoriamente. Es la mente humana el artífice de la industria y el arte, y dicha mente sigue unas estrategias marcadas por su conformación física, por la metodología funcional de sus redes neuronales. No es de extrañar, entonces, que ante situaciones parecidas, grupos poblacionales sin conexión alguna lleguen a resultados símiles, pues todos son humanos.

La paleoantropología estética, que intenta encontrar nexos de transmisión cultural entre los grupos humanos de pasado, debe tener muy clara esta condición, pues demasiado fácilmente podría caerse en falacias pseudocientíficas donde todo está relacionado; ahí donde las coincidencias son fruto de mitos Atlantes mal entendidos, y no de una base humana común junto a algo de azar. Ya en el artículo «el mito de la originalidad» se debate este tema: ¿cuándo la creación es original y cuándo es influencia?. Sin embargo es en la complejidad dónde puede aparecer duda, y deberíamos asumir que las partes más simples de las coincidencias formales son algo normal. Es decir, construcciones simbólicas complejas que muestran numerosos puntos en común, dentro de su complejidad, con otras construcciones simbólicas de poblaciones alejadas, pueden apuntar a algún tipo de relación. Si las coincidencias se encuentran en características básicas, y no en la complejidad, seguramente no sea un indicador de contacto.

Por ponerlo en ejemplos, entre muchas de las poblaciones que viven a gran altura existe una relación cromática, en cuanto a la combinación de colores que utilizan para sus atuendos o elementos religiosos. En estos entornos suele haber una tendencia a la elección de colores vivos, intensos, combinándolos de tal manera que sean muy llamativos. Este hecho es producto de que el entorno comparte unas condiciones comunes, y no de una relación entre esas poblaciones. El entorno determina nuestras necesidades, el tipo de recursos que podemos obtener, y hasta modifica el cuerpo humano: Si los ojos se adaptan para soportar una intensidad de luz en concreto, esto afecta también a aspectos estéticos y culturales. Así que en entornos de gran altura, la coincidencia estética puede deberse a múltiples factores de base, puede que sencillamente sea una forma de no perderse en esos lugares desolados.

Otras veces, solo hay que apelar a la lógica. La roturación de campos para su cultivo siempre se ha hecho siguiendo un patrón cuadrangular, y no por una influencia intercultural -a pesar que la haya habido-, sino porque resulta la manera más simple de separar terrenos. La mente humana estructura la realidad siguiendo aquello que puede entender, que es la geometría euclidiana más básica. La línea, el punto, el cuadrado, son formas universales que emergen del sistema neuronal humano. Es normal que aquí y allá el hombre haya pintado puntos y líneas, o buscando la espiritualidad haya grabado círculos, triángulos y espirales. En este caso lo que nos interesaría estudiar mediante la paleoantropología estética sería el significado del símbolo, y la raíz cerebral del mismo. Hay razones lógicas para que el círculo represente la divinidad, por ejemplo. Al carecer de ángulos que son puntos de intersección de líneas, no posé el punto que es la concreción, el nombre, el límite, y por ello el círculo tiene una connotación de infinitud, una propiedad divina. También tenemos el triángulo equilátero que representa el equilibrio, y su mística en la cultura indoeuropea proviene de esta característica armónica. El equilibrio es el orden, y el orden es el yo en lucha contra el mundo (el caos). Así podríamos seguir largo y tendido.

Las pirámides son otra muestra de lo dicho, respuestas arquitectónicas análogas que nacen de la sencillez y una base humana común. Raro podría parecernos que en la antigüedad se hubieran construido edificios dodecaédricos en diferentes partes del globo, pero pirámides… qué iban a hacer si no. Hay que ir con cautela en discernir claramente entre pseudociencia y el análisis no-ortodoxo que nos plantea la paleoantropología estética, que en cuanto a influencias entre poblaciones se centraría en las semejanzas simbólicas complejas, desestimando todas aquellas que nazcan del sujeto común de estudio y tengan una gran probabilidad de aparecer de forma aislada.

A partir de esta premisa, podemos seguir nuestro camino en el estudio de lo simbólico y subconsciente de las poblaciones del pasado, con algo más de tranquilidad y confianza.


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