Lista de la compra para un fin del mundo



Puede que el mundo termine el 21 de diciembre de 2012, como vaticinaron los Mayas[1], o puede que termine mañana si nos atropella un autobús. Porque ¿en qué términos se define cuando el mundo se acaba? Para mí, o para cualquier otro lechugo pensante, de forma concreta, termina al morir. Pero eso es muy inconcreto: ayer, mañana; todos los días de la humanidad han sido el fin del mundo para alguien. Entonces, ¿quizás nos refiramos al fin de la especie?, aunque, si quedaran tras un apocalipsis de la civilización dos especímenes vivos, un Adam y una Eva, ¿acaso no lo consideraríamos un fin del mundo? ¿Y si quedaran 10, o 20? ¿Cuál es el valor cuantitativo de mortandad que define un fin del mundo?

Cuando entramos a tantear cifras, nos percatamos ya enseguida de que el fin del mundo no es algo tan concreto, encapsulable, y responde más bien a una naturaleza mítica dentro del imaginario colectivo. Es como el hombre del saco o el finis terrae[2] de los navegantes medievales, y fluctúa y diverge según la calentura de la mente que lo conceptualice. A fin de cuentas, todos moriremos algún día, y que en hacerlo nos acompañe una pomposa comitiva de almas perdidas, a lo sumo hará sentirnos un poco menos solos. Puede que el sentimiento de pavor (y excitación sádica) que despierta la Escatología[3] sea debido al instinto celular de perpetuación, que entiende la especie tal que una prolongación de la misma, igual que los hijos, la parentela o el colectivo. Desafortunadamente las células no es que piensen mucho, todo hay que decirlo, y su obsesión neurótica llamada vida (empeño anti-natural en cuanto el cambio es una ley universal y la estabilidad un espejismo) durará lo que dure, pero su empresa está destinada irremediablemente al fracaso: Un minuto, un siglo, un eón… Bueno, lo que dure la fiesta.

En cualquier caso, sea el fin del mundo en navidades u otro momento, es conveniente estar preparado y haber hecho una “lista de la compra”. En esta metáfora, los congelados y las verduras son aquellas experiencias o vivencias que deseamos recorrer antes de pasar por caja, o sea, morir. Suelen decir que hay que plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Es una forma de decir que hay que mantener el entorno, perpetuar los genes y difundir las ideas, una visión new age de la era Aquarius que debería terminar con un integrante de Radio Colifata diciéndonos que: “El ser humano es extraordinario”.

A un plano más personal, recuperé hace algún tiempo una lista de tareas antes de diñarla que redacté a los 20 años, y en ella no había ni pinos ni hijos, aunque sí, con los libros me pillaron por vanidad. Aparte de algunas lenguas que quisiera aprender y ciertas titulaciones universitarias que desearía colgar en el despacho (por la parte de pavo real que me toca), lo importante ya está hecho, y morir supondría un fastidio, pero poco más. Las aspiraciones histriónicas sobre proezas sexuales o ocurrencias situacionales, fornicar en el ancla de un barco o lamer la estatua de la Libertad, nunca han sido elementos verdaderamente relevantes a nivel vital. Se disfruta más contando la anécdota que viviéndola, y quizás haber tenido con quien reírla y compartirla, importa más que todas las gemelas rubias del mundo juntas.

Así pues, ¿Cuál es la lista de la compra para una vida grata?: Amar, hablar y soñar. ¿Qué más se puede pedir antes del fin del mundo? Puede, puede que unas últimas risas en el bar de la esquina, con los que fuimos artífices de un momento del universo, un suspiro que siempre será. Es el fin del mundo. Cada día lo es.


Notas:

  1. ^ O Adrian Gilbert, con su Best Seller «Armagedon 2012», Zenith 2008. Un poco de marketing siempre le viene bien al fin del mundo.
  2. ^ Es posible que sea más correcto el finis mundi que el finis terrae, no lo sé. Supongo que ningún navegante medieval que cayera sobre el caparazón de la tortuga cósmica ha vuelto para contar que demonios finistaba.
  3. ^ La Escatología, en su acepción religiosa, hace referencia a las teorías del fin de los tiempos, la realidad y/o la humanidad.

Fuentes y referencias:

  • El «Reloj del Apocalipsis» es un proyecto de la junta directiva del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, que marca lo cercano que está el colapso de la humanidad desde 1947. Es interesante ver su fluctuación en el tiempo, a través de las crisis y distensiones globales. Más información: thebulletin.org
  • El Apocalipsis según la tradición Cristiana Católica, que nace de la «Revelación de San Juan», hay que contextualizarlo en la época que se escribió. Numerosos estudios apuntan a que San Juan concebía un Apocalipsis cercano (por los derroteros del S.II-S.III), y que anticristos y demás bichos antipáticos son figuras metafóricas de la dominación Romana. Ha habido, sin embargo, tal descomunal número de fechas señaladas como el fin del mundo en la tradición Cristiana, que suponemos, algún día se acertará (fechas d.C.): 90, 500, 1000, 1033, 1186, 1420, 1524, 1534, 1650, 1665, 1666, 1736, 1757, 1809, 1814, 1836, 1843, 1847, 1859, 1874, 1881, 1910… etc
  • Imágenes: 1 ª Foto: REX, a través de The Telegraph. 2 ª Imagen: Fotocomposición de “La ramera de Babilonia sobre la bestia de siete cabezas”, una pintura rusa del siglo XIX, y Jorge de Burgos, antiguo bibliotecario de la adaptación cinematográfica de «el nombre de la rosa», de Umberto Eco. 3 ª Foto: Fotograma de la película de 2009 «2012» dirigida por Roland Emmerich.

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