La hierba fluctúa en un vaivén líquido producto del viento, las ramas, y el intenso sol de mediodía. Las olas de luz se mecen acompañadas del monótono canto de la chicharra; ahí nace un mar de hierba, profundo, insondable, misterioso, contenedor de las historias más extrañas que los navegantes de bosques y pastos jamás se atrevieron a imaginar.
La luz ondula, y una paz ajena al hombre surca sus aguas. Pero si te fijas adviertes que en realidad no hay movimiento alguno, todo está quieto. Nada se mueve, solo se transfiere la esencia como es transferida la fuerza en el oleaje del mar: el aire pasa a hierba, la hierba a luz y de allí a aire. ¡Y ni tan siquiera eso! Cuando creemos deducir el movimiento de la luz, y la materia, al mecerse las ramas de la consciencia.