Desde tiempos inmemoriales la fuerza del verbo ha tenido un componente casi mágico, que ha seducido a reyes, místicos y trovadores con su gran poder. La cábala especulativa judía o el archiconocido Om hindú son muestras de la importancia supra-terrenal que la humanidad a dado al sonido con contenido simbólico. En el génesis judeo-cristiano leemos: «Y Dios dijo “Hágase la luz”, y hubo luz.» Aquí es la palabra que subyuga a la realidad, que se somete a sus órdenes, siendo la herramienta de Dios para trasformar el mundo.
¿Qué tienen las palabras que les confiere un carácter tan especial? Es como si al pronunciar los conceptos que encaben entre sus sílabas les confiriéramos un cuerpo tangible dentro del mundo, dotáramos de un cierto estado material a las ideas. Los efectos consecuencia de ese ligero aire vibrando pueden llegar a ser inimaginables.
La literatura también nos habla de la fuerza de los motes. Me acuerdo de una novela del hilarante Terry Pratchett de la serie “Mundo Disco” en que se habla de un tipo de hechicería donde hay que ir con cuidado con lo que se dice: «hay un asceta volando encima una gran roca, surcando los cielos, donde va a parar uno de los protagonistas de la historia. Este le pregunta al gurú ¿cómo puede ser que un trozo de piedra vuele?. El asceta dice: -Tsss… no lo digas muy alto, que si la piedra se entera que no puede volar nos caemos.» En otro género el genio del terror Lovecraft nos presenta al primigenio Hastur, el innombrable, “aquel cuyo nombre no debe ser pronunciado”, y pasando al séptimo arte podríamos empezar diciendo Candyman y terminar con un enfático bitelchus, bitelchus, bitelchus!
Las palabras convencen, irritan, embriagan y engañan. Que se lo digan a Obama y su “Yes, we can”.
Hubo un tiempo en caté su eficacia y dulzura. Cuando era mozo cada tarde llamaba a una amiga que me gustaba, y solíamos pasarnos más de una hora hablando. Ahí, solo con la voz, todas las barreras o presiones que podían amedrentarme “en directo” se rompían, y me sentía confiado y relajado. Rebuscando entre ficheros del cretácico he encontrado un poema que escribí sobre el tema, se titula: “para no colgar”, y forma parte de un libro de poemas que le hice a la chica titulado: “para besar la luna”. Termina con un edulcorado:
(…)
mi amor.
¡La oratoria al servicio del amor es un arte tan antiguo como el primer ruido inteligible!. Recuerdo que fui la voz sin rostro durante años para mi buena amiga Estela, a quien escribí decenas de cartas, y esos campamentos de verano por allá el año 1996 en que susurré a oscuras a Montse palabras al oído con que rendir su corazón. Terminamos cogiendo un maltrecho colchón de la tienda de intendencia y yéndonos a dormir al bosque, bajo las estrellas.
La fuerza del verbo siempre ha tenido unos buenos resultados, a pesar que al salir el sol, irremediablemente, el conjuro se desvanezca como humo en el aire, y todo vuelva a su cauce natural.
La gente no lee, eso está claro, hasta yo que tengo la costumbre de leer cada noche un buen rato, al encontrarme un post demasiado largo en un blog de internet suelo no leerlo. Da pereza.
Pensé que una solución puede estar en las nuevas tecnologías de “síntesis del habla”, como la de la aplicación online vozme, con plugins para wordpress o blogger. Leen automáticamente los post, aunque con una voz muy robótica. Me he decidido, en cuando tenga tiempo, a colgar la versión oral de los post que voy escribiendo. O bien mediante un programa de “síntesis del habla” que suene mejor, o bien leyéndolos yo con el micro.
Quizás muchos que no me leen puedan llegar a escucharme de esta manera.
Escultura: Jaume Plensa.