El fugaz fin de semana en la ancestral Atenas, aunque breve, me aportó algunos senderos interesantes en que meditar. Al ir a Grecia uno imagina encontrarse con un brillante sol que lo azote, y a pesar que el bochorno se palpaba en el ambiente, la lluvia y el cielo encapotado fueron la tónica del viaje.
Una estampa curiosa fue el ver el Partenón mojado, ensombrecido y pesado. Procesiones de turistas con chubasquero amarillo o turquesa formaban corros alrededor de oradores grandilocuentes, reflejos de escenas propias del ágora, que recitaban las excelencias de la arquitectura griega clásica y su curvilínea rectitud.
Durante el examen de rigor al ruedo del Partenón, desde un recodo en el friso superior de la construcción me alertó un agudo chillido, era como el grito punzante de una gárgola. Al mirar hacia dicha dirección, un halcón surgió de entre la piedra y volando pasó encima de mi. Un auspicio favorable, sin lugar a dudas, que me hizo meditar sobre los auguras y la interpretación del vuelo de las aves. El significado del augurio, lo ignoro, pero como en toda arte adivinatoria el sentido y poder de la predicción radica en el que uno le dé.
Obviando las otras citas ineludibles del buen turista, me centraré en la tarde que pasamos en el museo arqueológico nacional. Allí, entre las esculturas clásicas impresas en todo libro escolar de historia del arte, encontré algunas pequeñas joyas. Infinidad de curiosos utensilios y objetos, las miles de historias que cuentan las pinturas de las cerámicas, y por supuesto el sorprendente mecanismo de Anticitera, que no hace más que confirmar nuestro desconocimiento sobre algunos aspectos del pasado, y de donde ha podido llegar el hombre.
Con sorpresa tropiezo con algunas piezas que me transmiten el horror en el mundo clásico que abogaba HP Lovecraft. Hay algo de grotesco y siniestro en las figuras de bronce corroídas, en las estatuas mutiladas o deformadas por el tiempo. Seres extraños, formas insólitas, que hacen preguntarse a la imaginación dónde termina la fantasía y empieza el retrato.
Hasta la próxima Asterión…