Paleoantropología estética (I) y el mito de la originalidad



Para estudiar la evolución y relaciones entre los grupos humanos prehistóricos, la tecnología, las herramientas junto a la tipología de los asentamientos, suelen ser las marcas que son utilizadas para trazar los contactos entre comunidades o su expansión.

Hay, sin embargo, otra vertiente digna de estudio y que puede aportarnos mucha información en cuanto a los grupos humanos del pasado remoto; esta es la filiación estética. El ser humano es un animal simbólico, pero también es un ser que basa su mayor potencial en el aprendizaje, más que en el instinto. Dicho aspecto provoca que la estética, las formas que adoptan el arte o los símbolos, sean aprendidas a través del grupo y no innatas. Por consiguiente, susceptibles de ser catalogadas y seguidas. De igual forma que la industria, nos marcarán las interacciones entre poblaciones o la expansión de un grupo concreto.

A veces las semejanzas estéticas entre culturas, son matices difíciles de diseccionar racionalmente pero fácilmente detectables por el subconsciente. Son sutilezas tales como la dinámica de las líneas, los temas, las formas o la distribución. Por este motivo, al resistirse al análisis a través de una métrica sencilla, la relación estética es un campo que no suele tenerse mucho en cuenta. Pero a pesar que no pueda determinase de forma categórica mediante la paleontropología estética un contacto entre poblaciones, si que puede ayudarnos con la intuición a seguir vías de estudio concretas al detectar una posible relación[1].

Además, la paleoantropología estética, en cuanto antropología, nos sirve para estudiar la mente de las poblaciones antiguas. El arte es una impronta de las ideas, de la rigidez, de la focalización de la atención, de una cultura determinada. Las representaciones del mundo, sea real o simbólico, y los ornamentos,   nos enseñan mucho de la forma de pensar de esas poblaciones. Que un niño dibuje personas de palo   se debe a una fase cognitiva concreta, de igual manera que la tipología de las representaciones de una cultura manifiestan el estado de la psique colectiva.

¿Pero en todo este tinglado dónde queda sitio para la originalidad? Tanto en arqueología como en los estudios paleoantropológicos suele asumirse que cualquier innovación, siempre que haya un precedente símil, es una influencia importada del anterior. La creación, la originalidad, queda relegada a unos escasos momentos lúcidos de la prehistoria y protohistoria humana.   La mente no puede concebir aquello que no conoce, como el ciego de nacimiento no puede recrear la visión, y aquello que “creamos” son recombinaciones de cosas que conocemos.   Si las fuentes son diversas, puede que el resultado de la creación sea casi irreconocible, pero no deja de ser un buen trabajo de patchwork estético o técnico. Aunque   en la mayoría de casos se tienda a emular más que a innovar.   Por eso, no debe extrañarnos que el arte aborigen australiano (por mencionar un caso al azar) sea bidimensional, aún teniendo el modelo de la realidad tridimensional visible ante sus ojos, ya que se basa en la emulación estética de lo que “siempre se ha hecho”. Claro que en este caso tiene una funcionalidad simbólica y mágica, y no tiene porque reproducir fielmente la realidad, pero que yo sepa nunca se ha encontrado una pintura rupestre en Australia de alguien que hubiera dicho: «Venga, voy a intentar reproducir ese cocodrilo más fielmente».

Pero volviendo a la prehistoria, en algunos momentos hubo innovación, en cuanto recreación original, y si aceptamos esto, ¿Por qué no innovaciones parecidas posteriores pudieron ser también originales sin que haya una vinculación entre ellas?. Creo que aquí se encuentra un aspecto peliagudo del análisis paleoantropológico, pues lo único que determina que una innovación sea original es el desconocimiento de un precedente.   Se asume que el hombre es culpable de plagio por naturaleza, a no ser que no tengamos antecedentes que pudieran ser copiados. Y a pesar que estaría de acuerdo con esta tesis en la mayoría de casos, no debemos olvidar que no tiene por qué ser siempre así. Por ejemplo, no todo el naturalismo en la escultura protohistórica tiene por qué ser orientalismo. El paradigma de esta antítesis del difusionismo   sería el nacimiento de la agricultura, que se acepta surgió de forma independiente en diversas zonas del planeta, provocado por las nuevas condiciones que germinaron al cambiar el clima sobre el 8.000 ac al final del último periodo glaciar.

Tanto en arqueología como en paleoantropología (o en esta nueva paleoantropología estética que acabo de fundar), debe tenerse en cuenta la bífida condición del espíritu humano. Por un lado somos repetitivos y cabezones, solo hacemos y pensamos lo que nos han enseñado, por otro lado somos capaces de observar la naturaleza y el entorno, y a partir de ello, cincelar nuevas   ideas que hagan cambiar el mundo.   Pero siempre hay un estímulo desencadenante para cualquier cambio; como el cambio climático del Neolítico hizo nacer la agricultura, en la actualidad tendencias de información crean mareas de opinión y hábitos. Somos homo sapiens   iguales aquí y en cualquier rincón del planeta, y esta semejanza estructural hace que ante estímulos iguales, muchas veces tengamos respuestas originales similares.


Notas:

  1. ^ Existe una relación estética clara entre las culturas precolombinas americanas y la dinastía china Shang (1600-1046 a. C.). Hasta hace relativamente poco el consenso académico era que América había sido colonizada a través del estrecho de Bering hace unos 15.000 años, y la población había permanecido aislada hasta la llegada de los españoles. Actualmente, a tenor de los últimos descubrimientos arqueológicos y la genética, se sabe que la primera oleada humana fue mucho más antigua, y que los flujos humanos fueron varios a lo largo del tiempo. No sería descabellado pensar que hubieran tenido lugar aportaciones periódicas de población a América una vez se cerró el estrecho de Bering, entre los que podría haber estado los Shang o alguna cultura vinculada. La teoría de la pluriculturalidad precolombina defendida por Alexander von Wuthenau tiene bastante consistencia a mí ver, teniendo en cuenta la mejora de los métodos de navegación en la antigüedad respecto a la prehistoria, y el hecho que el ser humano ha colonizado el globo varias veces y con escasos recursos. Tachado de soñador, como lo fue Jacques de Mahieu que defendía la llegada de los Vikingos a América del norte y el tiempo terminó por darle la razón, creo que el futuro verificará algunas de sus hipótesis. La paleoantropología estética nos muestra una relación clara entre la china antigua y América, que debe servirnos para hacernos preguntas y estudiar en dichas direcciones.

Referencias:

  • «América: Crisol de las razas del mundo», Alexander von Wuthenau, Editorial Diana, 1991.
  • «El Imperio Vikingo de Tiahuanacu», Jacques de Mahieu, el laberinto 15, 1985.

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