I. El águila y la zorra
Un águila y una zorra que se habían hecho amigas decidieron de vivir una cerca de la otra, pensando que la convivencia haría más estrecha su amistad. Entonces el águila voló encima de un árbol muy alto para hacer el nido, y la zorra se sumergió en la maleza que crecía a los pies del mismo árbol, donde crió.
Pero un día que la zorra había salido a buscar comida, el águila, no teniendo nada para comer, se precipitó sobre las zarzas y robó las crías de la zorra, devorándolas ella y sus aguiluchos. Cuando la zorra volvió y vio lo ocurrido, sintió tanta aflicción por la muerte de sus pequeños como por el hecho de no poderse vengar (ya que siendo un animal terrestre, no podía perseguir a un pájaro). Por eso maldecía a distancia a su enemiga, pues es el único recurso de los impotentes y los débiles. Pero acaecería pronto el castigo al águila por traicionar aquella amistad.
Mientras en medio del campo sacrificaban una cabra, el águila se arrojó encima, llevándose del altar una entraña aún ardiendo que cargó hasta su nido; entonces se levantó un fuerte viento que encendió, en unas briznas de paja seca, un brillante fuego. Y los aguiluchos, siendo aún pequeño para levantar el vuelo, se quemaron y cayeron al suelo. Corrió la zorra hasta ellos y los devoró a todos en presencia del águila.
“Esta fábula significa que quienes traicionan la amistad, aunque puedan escapar de la venganza de aquellos que han ofendido porque son débiles, no podrán evitar, asimismo, el castigo divino”
Comentario:
Esta fábula nos habla de la justicia divina, del karma, y de la conexión inseparable de cada acto con el medio. Emulando a la física newtoniana, una acción positiva o negativa siempre termina volviendo en sentido contrario con igual fuerza, o incluso mayor.
“Quien siembra viento recoge tempestades” reza el proverbio popular, y es que el refranero está repleto de sentencias que quieren recordarnos esta premisa básica de la ley de “causa y efecto”. Los caminos del destino son insondables muchas veces, y a pesar que no existe un equilibrio que asegure la igualdad entre hombres por sus actos, es seguro que tarde o temprano “tal harás, tal hallarás”.
Pero en el caso de la fábula de “el águila y la zorra” es el mismo perjudicado quien, gracias a un golpe de suerte -o de viento-, ejecuta la justicia de compensación. Y aquí encontramos relación con otro dicho popular que es: “Quién roba a un ladrón, cien años de perdón”. ¿Pero es cierto que se justifica obrar mal porque han obrado mal con uno? A mi entender ni por asomo, pues la zorra cae en el mismo error que el águila, y obra perversamente a pesar que en su mente esté justificado. Esa supuesta justificación, que es el “ha empezado él” de los niños, no hará que el día de mañana el águila no se la juegue en cuanto tenga ocasión, entrando en una espiral que solo termina con la muerte o la sumisión. Esopo nos remarca que los aguiluchos también comieron de las crías de la zorra, para así hacerles también culpables del asesinato y merecedores de la venganza. Es por este tipo de factores que hay que entender las fábulas de Esopo desde una visión práctica y no ética, porque responden a cómo se comporta el mundo y no a unas premisas morales.
Bibliografía:
- «Faules vol.I», ISOP, Fundació Bernat Metge, 1984.
Saber más:
- Artículo «La maltrecha vida de Esopo» sobre la biografía de Esopo.
- Artículo «Érase una vez … las Fábulas» sobre las fábulas en general.