El imaginario lovecraftiano: consolidación de una mitología moderna



De generación en generación, mediante los poemas homéricos, el adoctrinamiento religioso o los cuentos que la abuela nos leía en la cama, los mitos han perdurado en la psique colectiva durante cientos, miles de años a veces. La tendencia de los dioses, héroes o demonios a la perpetuación es la misma que manifiestan las criaturas vivas y corpóreas, aunque a diferencia de nosotros todo ser imaginario se nutre de ser pronunciado o escrito, y existe, crece o desfallece según el número de personas que se acuerdan de quién es. Mientras alguien sepa quién es Zeus, Zeus existirá como lo que fue desde un principio: una idea de una deidad humanizada con sus virtudes y sus defectos. Esto no quita que la idea de Zeus se modifique a lo largo de los años, pero la idea del personaje, que es la base, persiste desde que alguien la imaginó o adaptó de otra mitología, perdura gracias a que seguimos zampando libros, películas y demás soportes que encierran su alma, y su nombre. Indudablemente hay una genealogía mitológica, y se pueden relacionar diferentes divinidades que o bien han adquirido los atributos de otras mitologías, o meramente son una localización de dioses foráneos. Desde la evidencia Zeus-Jupiter a Atón-Yahveh, pasando por las chaqueteras vírgenes ibéricas, todos los seres míticos son préstamos artísticos que se remontan a la noche de los tiempos, a los astros y a las fuerzas naturales.

Pero como sucede en tantos campos de la cultura moderna, lo que antes ocurría en siglos ahora pasa en semanas, y los mitos no son ajenos a este frenesí neurótico de superconductividad simbólica. Es un momento de efervescencia mítica, y lo demuestra la ingente cantidad de historias que nos cuentan para entretenernos, tanto en formato eléctrico como en tradicional, el globo está abarrotado de trovadores que quieren que sus dioses particulares sobrevivan. Esto produce una gran cantidad de fantasías conviviendo, pero también una mortandad elevada y prematura para la mayoría de ellas. Aún así, hay algunas relativamente recientes que ya se han consolidado y difícilmente desaparecerán, pues han sido absorbidas en profundidad y forman parte del sustrato psico-cultural que nos define, y que probablemente transmitiremos a nuestros hijos. Hay una sutil pero cabal diferencia entre moda —la superproducción del momento—, referente generacional —como serían los Goonies para los de los 80—, y mito moderno —que ha superado la prueba de los lustros y de acceso a sus fuentes.

El imaginario concebido por Howard Phillips Lovecraft y demás autores que colaboraron en crear el “horror cósmico” presidido por Cthulhu es un claro ejemplo de ello. ¿Quién no ha visto la imagen de la gran bestia con sus barbas tentaculares, o ha oído hablar del Necronomicón?, aunque quizás, no se sepa ubicar su procedencia exacta. Podemos descubrir el célebre libro de los muertos desde en un episodio de los Simpson hasta en videojuegos o en cientos de películas. La mitología lovecraftiana ha sido utilizada por infinidad de cineastas, literatos y artistas. De ella emana el terror al espacio desconocido, que es equivalente a las profundidades submarinas, y todos los engendros globulares, con pseudópodos radiales o viscosos, que forman alguna suerte de aberración biológica, entre lo vegetal y lo invertebrado, que representa, en términos oníricos en la calenturienta testa de Howard, la repugnancia hacia el sexo. Queda patente que H.P.Lovecraft tenía miedo a la oscuridad y a la muerte —que tiene su germen en lo desconocido, puntal del “horror cósmico” —, era racista y puritano, pero ello no quita la genialidad de su obra, que nos ha dejado un seguido de iconos que, probablemente, a medida que se reformulen en obras de sucesivos autores, crezcan y evolucionen al compás de la sociedad con la que cohabiten.

Mirando a R’lyeh podemos estar seguros que estamos ante el nacimiento de una mitología que, por lo menos en parte, perdurará como perduraron los dioses cuando los humanos aún creíamos en la magia. Ya puedo ver al huraño e impúdico de Cthulhu junto a Santa Claus, Odiseo, o la Caperucita roja.


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