El mito de la caverna y los píxeles cuánticos



¡Que acertado estuvo Platón al formular la alegoría de las sombras en su mito de la caverna[1]! Porque es un símil sin igual, didáctico, esclarecedor y certero, de lo que es en el hombre la realidad perceptible que lo envuelve. Sombras vemos, sombras son todo aquello a lo que podemos aspirar; la luz rebota en la materia como se proyectaban las sombras dentro de la caverna, y a la amalgama de colores y matices que penetra por nuestras pupilas le aplicamos el bisturí del límite, le damos sentido y nombre, pero eso no es lo que hay, eso es siquiera lo que vemos e interpretamos.

Comprender que existe una realidad subyacente la cual irradia aquellas magnitudes que podemos percibir  —e infinitas que nunca conoceremos por pertenecer a rangos exóticos—, es cabal para empezar a vislumbrar el entramado del mundo dónde estamos. No hay duda que las apariencias sensibles son engañosas, relativas, arbitrarias: La rueda de una bicicleta, cuando está quieta, presenta  sus radios claros, diferenciados y definidos. Al poner la bicicleta en marcha los radios se diluyen en un continuo, dejan de estar aislados gracias a su celeridad, como los átomos obvian su vacío intrínseco.  Los radios son los mismos, solo cambia nuestra percepción de ellos. Y ya no hablemos de que le llamamos radio a un trozo de materia, dispuesta en filamento, dentro de una estructura imaginaria bautizada bicicleta, que dudo sea muy diferente a nivel elemental de lo no-bicicleta.

Pero la enseñanza del mito de la caverna puede ir mucho más allá, más lejos de las evidencias sobre las limitaciones cognitivas humanas superficiales, de la subjetividad de la mente o la restringida capacidad sensible de nuestros sentidos.  Creo firmemente que el mito de la caverna es también aplicable a la ciencia y a las matemáticas, a la misma esencia del entendimiento humano. La física cuántica, por ejemplo, peca en muchos científicos de un cierto fanatismo cuántico, cuando es asumida como una realidad, y no como una aproximación inteligible, estadística y humana, a magnitudes que se nos presentan muy lejanas. Según esta acepción de la física cuántica, los “cuantos” son la unidad mínima que puede existir de realidad, ya sea energía, espacio o tiempo; si es que hay alguna diferencia entre ellos. Lo primero que me viene a la cabeza es exclamar atónito: «¡¿Qué me estás diciendo? ¿Que la realidad está hecha de píxeles?!». Solo espero que Dios no instalara Windows en el sistema operativo del universo, porque esto sería un desastre.  Vamos a ver, empecemos por el principio: Aquello que una persona puede conocer o entender, no tiene porque ser todo lo que hay, aun más, sería muy extraño que en los albores de la ciencia moderna ya se hubiera llegado a un suelo técnico, y si se llegara, solo significaría que no vemos que hay detrás de la pared, no que no haya nada detrás de la pared. El mismo concepto de punto 0, contradice la lógica, que no la experiencia, sobre la realidad subyacente. Pero es que como en la alegoría de la caverna, el nombre, el objeto, el número, la unidad, son sombras.

Para desenmascarar la ilusión  del “cuanto” como punto, debemos primero conocer cómo funciona nuestro cerebro y por qué funciona así. Somos animales con finalidad procreativa, y nuestro intelecto y mecanismos de razonamiento responden a lo que hemos requerido a lo largo de los eones. Para entender  el mundo necesitamos clasificarlo, encapsularlo en cifras, motes y entidades. Pero estos elementos son ficticios, arbitrariedades conceptuales que inventamos en un momento dado, antes que nosotros no estaban ahí, y por lo tanto “son” dentro del universo subjetivo, pero no tienen ninguna relación con la realidad subyacente. El límite es para la consciencia la gran falacia imprescindible, el dios de lo cognoscible que nunca existió fuera de nuestros cerebros. Solo podemos entender los límites, pero debemos entender que son una herramienta, no una realidad.

De igual manera los números, las matemáticas, adolecen del mismo mal. 1 es todo, 0 es nada, y son equivalentes; pero 2, a partir de 2 todo es un juego de divisiones conceptuales. Un sistema práctico, no lo niego, pues no hay otro sistema que podamos comprender, pero resulta inexacto respecto a la naturaleza subyacente en la realidad. Esto nos lo demuestran los números irracionales, que son la base con la que opera el universo: Tanto Pi, e, o cuantos otros hay[2], son proporciones sin límite, de infinitos decimales, que expresan las verdaderas   matemáticas de la realidad. Igual que Pi no tiene una base 0, el mundo tampoco la tiene.

Puede que a alguno le parezca absurdo y fantasioso pensar que la realidad física se compone de infinitos, que no quiera entenderlo porque desafía la experiencia sensible de la conciencia, igual que en la caverna de Platón los demás presos no querían escuchar al que vio el exterior de la cueva. ¿Cómo explicar la diferencia en la templada calma del infinito, la emulsión de las sombras que tras recorrer innumerables pasos llegan a nuestras retinas? Pues por la conciencia, precisamente. Los infinitos adjuntos no tienen un punto 0, se trata más bien de una disonancia entre ellos lo que quiebra la inmóvil unicidad de la nada en los matices que experimenta el ser. Esa disonancia es la conciencia[3], que capta al “poder ser” las sombras de este maravilloso desafino.


Notas:

  1. ^ El mito de la caverna comentado por Sócrates en la obra “la República” de Platón, cuenta en resumen la historia de un grupo de esclavos que están relegados dentro de una caverna, detrás de una gran roca, y lo único que conocen del mundo son las sombras que son proyectadas en una pared que tienen enfrente. Ellos ven las sombras de objetos y animales, y creen que aquello que ven, las sombras, son los “objetos” reales y primigenios, sin adivinar que hay una realidad subyacente de la que emanan. Después uno de los esclavos consigue salir al exterior, conoce la realidad material y desconocida que proyecta las sombras, pero al regresar junto a los demás esclavos estos no le creen.
  2. ^ Muchas raíces (cuadradas, cúbicas y demás), son irracionales, pero quizás, los más famosos por su recurrente aparición al analizar la naturaleza sean: Pi (π) [3.14159265359…], el número de Euler (e) [2.71828182846…], y el número áureo (Φ) [1.61803398874…].
  3. ^ Para profundizar en el tema de la consciencia, ir al artículo «El ser como producto de la posibilidad». Para saber más sobre la hipótesis de la dualidad nada/todo ver el artículo «La causa de la Realidad: el imperativo lógico»


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