Dinosaurios de colores y el mito de la serpiente emplumada



Resulta, por lo menos curiosa, la intuición que mostraron olmecas y demás pueblos mesoamericanos al concebir el mito de la serpiente emplumada. Se trata de una divinidad originalmente vinculada a los elementos viento-agua, que adopta posteriormente en su forma de Quetzalcóatl (Serpiente hermosa) o Kukulkán, matices más complejos, como puedan ser el representar la dualidad cósmica o el quedar vinculada al planeta Venus.

Acertada intuición, digo, a tenor de los últimos hallazgos que evidencian la presencia de plumas en algunos dinosaurios de gran tamaño. Y es que sí, por lo visto muchos dinosaurios lucían plumaje, y este hecho modifica radicalmente la imagen que teníamos hasta la fecha de ellos. Se torna inevitable que el tiranosaurio nos parezca un poco más pollo que antes, y el velociraptor, algo más grulla.

Hace tiempo que sabemos que las aves descienden de aquellas estirpes de seres de porte mitológico que reinaron en el jurásico, pero ahora vemos con claridad, que quizás, tampoco han cambiado tanto. Han menguado, pero el fondo sigue siendo el mismo. Y por ello puede que debiéramos imaginar a los dinosaurios tal que avestruces formidables, y no como los lagartos sobredimensionados animados a trompicones de stop motion que podríamos hallar en una película en blanco y negro de King Kong[1].

Qué intuición o qué coincidencia, eso nunca lo sabremos. Cabe la posibilidad que los pueblos mesoamericanos que soñaron la serpiente emplumada juntaran, de manera subconsciente, una relación evidente entre dos clases de animales, o que igual que los dragones responden al descubrimiento de huesos de dinosaurio por parte de los pueblos antiguos, la serpiente emplumada sea la explicación de algún fenómeno que ignoramos. Porque hay que asumir, mal que nos pese, que no conocemos el pasado en su totalidad, y existen elementos oscuros en él que jamás nos serán revelados.

Porque el pasado no deja de ser más que un producto de nuestra mente, una fantasía confeccionada a partir de las elucubraciones científicas del momento y mitos culturales varios. El pasado real que fue, ese, es posible que se aproxime ligeramente a nuestra fantasía, pero ni mucho menos será fidedigno al teatrillo mental que nos hayamos montado. Esto es debido a que existen numerosos elementos del pasado que son perecederos, volátiles como una palabra o un pensamiento, y no han quedado grabados en la piedra en que leemos cómo fue el ayer. Ya que nuestra guía del pasado es el registro fósil, y en él no sobreviven -por lo menos en la mayoría de los casos- ni plumas, ni comportamientos, ni las maderas con que nuestros antepasados construyeron tantas efímeras maravillas. Y es muy probable, también, por imperativo estadístico[2], que una gran cantidad de especies de las que habitaron antaño la Tierra no aparezcan nunca jamás en el registro fósil, aunque no por ello dejan de haber existido.

Pero volviendo al tema que nos acomete, me pregunto ¿qué función tendrían aquellas plumas que engalanaban a los dinosaurios? Puesto que toda característica de un ser vivo requiere de una razón evolutiva, o en su defecto, un remanente en desuso que la justifique, las plumas también han de responder a una lógica digamos, darwiniana. Aventuro que puede que sirvieran para proteger contra el frío, o puede que fueran sólo el producto de la coquetería de los terópodos. Al final, cabe que la respuesta termine siendo una cuestión meramente estética. Porque la estética, como consecuencia de la selección sexual, sobreviene un motor evolutivo de primer orden. Y para vislumbrarlo sólo hay que fijarse en los parientes vivos que todavía quedan de los dinosaurios: los pajarillos. Prestemos atención al ave del paraíso, o a tantos otros pájaros que con su cromatismo exacerbado aspiran a conquistar a su pareja. Sin duda, el propósito de tales colores es captar el interés del sexo opuesto, y se busca la estética, que es una simetría o relación armoniosa, evidencia en última instancia de salud genética.

«¿Por qué pintan los dinosaurios?» -podría titularse un libro ficticio sobre la pericia artística de estos grandes saurios-. Porque lo encuentran bello y estimulante -me respondo-, igual que nosotros. Debo confesar que siempre he creído que los animales poseen sentido estético, que siquiera es un subproducto de la reproducción sexual, y no hay que avergonzarse de tener el mismo buen gusto que un asturión. Animales somos y animales seguiremos siendo. Prueba de dicha teoría es que cuando no hay luz, en entornos como las profundidades marinas, por ejemplo, los animales son feos; cuando no hay luz Dios pinta a tientas.

Y grito yo para finalizar, entregándome a mis sueños de infancia: ¡Ojalá fuera capaz de viajar un día a los mundos jurásicos! Y perderme en sus selvas de coníferas, y conocer a sus habitantes emplumados, multicolores y cantarines. Seguro, seguro, que otras muchas sorpresas me llevaría.

Eso sería, verdaderamente memorable.


Notas:

  1. ^
  2. ^ Una proyección reciente basada en el análisis matemático de todas las especies conocidas, y que es más precisa que estimaciones previas, arroja un total de 8,7 millones de especies en la Tierra. De estas, aún quedarían por descubrir el 86 % de las especies terrestres y el 91 % de las especies marinas. Este dato hace referencia a la actualidad. Contando que la vida existe desde hace unos 4.000 millones de años, el número de especies que han existido en la Tierra es bastante enorme, todavía más en comparación con las descubiertas hasta la fecha.

Fuentes y referencias:


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